El hombre lobo y otras bestias
Durante décadas el crimen ha sido motivo de ocultación y vergüenza. Los pueblos que vivieron un gran suceso criminal sufrían el baldón de ser conocidos por el nombre del crimen como Berzocana, el pueblo del hacha, el crimen de Don Benito, los delirios del cacique... Incluso cuando no hubo crimen, sin embargo, quedó resto para la mala fama: el crimen de Cuenca. Este temor y repulsa de tipo interesado, político, contra el delito de sangre, a favor de si no se habla de crimen no existe, es una de las causas de su desconocimiento y, por tanto, de la imposibilidad de su prevención. La experiencia de unos nunca sirvió para evitar la desgracia de todos. Hoy nos movemos en las tinieblas ancestrales y quienes matan se benefician de la vergüenza que sufren las víctimas, como si además de ser los perjudicados hubiera algo inconfesable y pecaminoso en el hecho de haber sido hendido por un arma o víctima de un disparo. En los crímenes clásicos hemos oído hablar siempre de los raptores sacamantecas o del hombre del saco. Hoy sabemos que con toda probabilidad eran psicópatas desalmados, asesinos en serie, criminales que luego se pondrían de moda, pasados muchos años y después de su protagonismo, en los platós de Hollywood.
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